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Ruka: representación arquitectónica y simbólica del mundo mapuche

Solapas secundarias

Formas de habitar la ruka: espacio comunitario y familiar


La vivienda tradicional mapuche llamó la atención de los viajeros y cronistas del siglo XIX y XX. El sacerdote jesuita Claude Joseph visitó las reducciones indígenas en la década de 1930 y señaló que las ruka, pese a no tener ventanas ni luz directa, contaban con mejores condiciones de ventilación e higiene que las habitaciones de los conventillos urbanos (2006 [1930], 80). Casi un siglo antes, Ignacio Domeyko ya las había elogiado. Según el científico, parecían «palacios comparadas con miles de ranchos de la parte civilizada de Chile» (1846, 52).

El escritor costumbrista Pedro Ruiz Aldea también alabó estas viviendas: «En las casas reina buen orden, disciplina y aseo. Por el cariño y atención con que se recibe a un forastero, son mucho más preferibles para alojarse que las de los chilenos que viven entre ellos […] que son cabañas infectas y ahumadas» (1902, 18).

Tradicionalmente, la entrada de la ruka miraba en dirección al este o pwel mapu, lugar donde moran las fuerzas espirituales benéficas, mientras que el techo redondo reproducía el wenu mapu, o espacio sagrado donde habitan los antepasados. Hoy en día, la posibilidad de mantener esta orientación depende de otros factores, como la cercanía y el acceso al agua (Menares, Mora y Stüdemann 2007, 17).

La organización del espacio interior reproduce el orden ceremonial que se hace de derecha a izquierda. El mobiliario se dispone alrededor del fogón, en un orden que simula el movimiento del sol. Este agujero de poca profundidad cavado en el piso está prendido día y noche, y constituye el centro en torno al cual las familias mapuche comparten y conservan la memoria comunitaria.

El fogón también articula la vida cotidiana y doméstica: se utiliza para cocinar, ahumar los comestibles, iluminar y abrigar el espacio, además de que facilita la circulación de aire. Los wangku o pequeñas bancas de madera labrada, se disponen alrededor, mientras que arriba cuelga una repisa donde se guardan los alimentos perecibles, como carnes y vegetales, que la emanación permanente de humo conserva en buen estado.

Una multitud de artefactos domésticos pende del techo y las paredes de la ruka, como recipientes de ubre de vaca o xong xong,küpülwe o cunas para mecer a los niños, instrumentos musicales como el kultrun y la trutruka, y diversas ollas, platos, cucharones y paletas revolvedoras (Saldivia 2011). Otros utensilios, como los metawe para el mudai, los menkuwe para el agua, las piedras para moler harina o cereales, los morteros para la sal y el ají (xananxapiwe), y diferentes fuentes de madera y vasos de greda se acomodan en el suelo sin un orden especial (Joseph [1931] 2006).

Debido a que la preparación y conservación de los alimentos son actividades que realizan principalmente las mujeres, de acuerdo con las crónicas, hasta el siglo XIX, las familias polígamas se distinguían por la presencia de varios fogones en la ruka (Ruiz 1902; Coña 1931; Aldunate 1996).

Como el fuego, los witral o telares son centrales en la vivienda mapuche. Dispuestos al lado de la puerta de entrada, se arman a partir del cruce de dos varas verticales amarradas contra otras dos horizontales, las cuales crean un cuadrilátero de aproximadamente un metro por lado. Hasta hoy, son las mujeres quienes los fabrican y utilizan para elaborar tejidos sin usar palillos ni crochet.

La sociabilidad que se produce en torno al fogón es otro de los aspectos que destacaron los conquistadores españoles, los científicos que exploraron el territorio en el siglo XIX y los sacerdotes que visitaron las reducciones indígenas. Las investigaciones etnográficas desarrolladas por Tomás Guevara a inicios del siglo XX refrendan esta información:

«En la noche, los habitantes de la vivienda se estrechan alrededor de los fuegos. Recae la conversación sobre los incidentes del día; a los lugares en que habían pastado los animales, a lo sucedido a cada uno de éstos. El padre aprovecha la oportunidad para dar consejos y referir recuerdos de su juventud o de la vida de sus mayores. Esto inspira a los miembros de la familia veneración por los antepasados, estrecha los lazos de unión de todos ellos y mantiene el sentimiento de respeto por el padre» ([1925], en Sepúlveda, Carrasco y Sahady 2013, 25).

Diversos testimonios concuerdan en la importancia del kutral, pues a su alrededor y sentados en wangku, los miembros de la familia se reúnen para tratar temas cotidianos e historias del pasado. Para la tejedora Amalia Quilapi, la conversación a su alrededor permite actualizar la sabiduría y memoria ancestral del pueblo mapuche:

«Los más viejitos eran los que quedaban a cargo de los niños. Ellos se encargaban de contarles su vida, todo lo que iban a andar ellos después, cómo tenían que hacerlo, los errores que ellos cometían les contaban a sus nietos para que ellos no los cometieran y siempre, constantemente, había ese consejo» (Quilapi en Museo Mapuche de Cañete 2009).

Es fundamental incorporar variables culturales y materiales en el diseño de las viviendas fiscales destinadas al pueblo mapuche. Según los arquitectos Orlando Sepúlveda, Gustavo Carrasco, Antonio Sahady (2013) y Fernando Vela (2015), no considerar la centralidad del fogón en la vida comunitaria y familiar constituye otra forma de violencia estatal. El relato del dirigente Emilio Cayuqueo de Nueva Imperial recoge esta visión:

«Para nosotros la vivienda es un centro comunitario y de trabajo en el sentido de que en el mismo comedor o cocina se realizan los tejidos de telar, trabajos de cestería, de cerámica, entre otros, mientras que cuando se entrega una casa con diseño huinca la mujer mapuche no puede realizar sus telares u otros trabajos por el cielo raso muy bajo» (en Sepúlveda, Carrasco y Sahady 2013, 29).

Según Cayuqueo, la distribución de las viviendas fiscales también dificulta la entrega de conocimientos y el diálogo familiar, ya que, en lugar de estar juntos, los niños se instalan en piezas diferentes para realizar actividades solitarias, como escuchar radio o ver televisión, en lugar de compartir con los miembros de su familia (en Sepúlveda, Carrasco y Sahady 2013, 29).

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