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Ruka: representación arquitectónica y simbólica del mundo mapuche

Solapas secundarias

Rukan: construcción comunitaria de la ruka


La ruka es uno de los patrimonios arquitectónicos más importantes del pueblo mapuche. Hoy en día se sigue convocando el tradicional rucan para construirla, una reunión en la que participan todos los miembros de la comunidad que pueden aportar el trabajo necesario para levantarla.

Según el lonko Pascual Coña, hacia mediados del siglo XIX, el rukan se iniciaba cuando el propietario de la futura casa escogía a un killa o vecino de prestigio para que convocara a la comunidad, distribuyera las tareas y dirigiera el trabajo. Las labores se dividían entre las más pesadas, como talar y trasladar los árboles, y las más livianas, como cortar las enredaderas para amarrar las piezas del armazón.

En el intertanto, el propietario preparaba diversos tipos de bebidas, mientras las mujeres cocinaban el mote y los jóvenes asaban novillos y algunas ovejas. Una vez finalizada la construcción, los participantes realizaban una rogativa o ceremonia de celebración (Latcham 1924, 264) y luego ingresaban a la ruka para comer y conversar en torno al fogón. La merienda seguía un orden determinado y estaba destinada a los trabajadores e invitados:

«El quilla recibe una olla con caldo y dos bateas llenas de carne cocida; además de dos canastos con pan; todo esto lo reparte entre su gente […]. A los numerosos forasteros presentes se les […] convida con un tajo de carne y un pedazo de pan […]. También los que se habían invitado a sí mismos reciben su porción; todos participan y todos comen» (Coña 1930, 177-178).

Manuel Manquilef entrega otra detallada descripción sobre el rukan en su libro sobre la vida cotidiana en una reducción mapuche. Con diálogos incluidos, relata los preparativos, labores y celebraciones asociadas a la actividad a principios del siglo XX:

«Los mensajeros […] salen a invitar a todos los caciques amigos con el siguiente recado: "Buen amigo, te ruego te tomes el sacrificio de asistir a un gran rukan que haré dentro de dos días. Espero, como amigo, que tú me has de honrar con tu presencia, pues no me ha de faltar como servirte" […]. El día del rukan la concurrencia es numerosísima […]. Una vez concluida la casa, […] salen todos a mirar la casa; dan vuelta en torno de ella y al llegar a [la entrada que mira al ] Este exclaman: "La casa es buena, cómoda y espaciosa"» (1911, 33-37).

Según el sacerdote jesuita Claude Joseph, en la década del treinta, las actividades comenzaban con la elección del emplazamiento, para lo cual se consideraban aspectos centrales en la vida rural como la provisión de agua, la cercanía con los lugares de trabajo agrícola y la altura del terreno, con el fin de que los moradores pudieran «ver a sus vecinos y presentarse mutuamente pronto auxilio, vigilar las siembras, los ganados y la llegada de los forasteros» (Joseph 2006 [1930], 64).

El religioso señala que los rukan se redujeron considerablemente en las primeras décadas del siglo XX, debido a la falta de recursos para organizar las fiestas de agradecimiento. Quienes no estaban en condiciones de solventar la celebración empezaron a recurrira sus parientes más cercanos para que los ayudaran a construir sus viviendas, lo cual retrasaba el proceso:

«Cuando el dueño y los moradores […] edifican solos, trabajan a ratos en la construcción y se dedican después a sus ocupaciones urgentes. Demoran una semana o dos en componer la armazón y con frecuencia dejan pasar una temporada antes de techar. En la región del lago Budi no faltan rucas que permanecen meses enteros sin techar. Al terminar […] no celebran fiesta especial» (2006 [1930], 71-72).

Antes de la ocupación de la Araucanía, el pueblo mapuche tenía acceso a bosques nativos, cursos de agua y extensos terrenos para cultivar. En su paso por el río Tirúa, Ignacio Domeyko contó entre quince y veinte viviendas, e «inmediatas [a ellas] huertas y sementeras de trigo, cebada, maíz, garbanzos, papas, linaza y repollos; todo bien cultivado y cercado». De acuerdo con el científico, «como las habitaciones se hallan por lo común en la vecindad de algún río o estero, en sus contornos se divisan las lindas campiñas y floridas praderías, en que el Indio tiene sus caballos y su ganado gordo» (1846, 52).

La ocupación estatal y la tala de los bosques generó un cambio sustancial en la materialidad y forma tradicional de construir la ruka. Pese a ello, aún pervive en la memoria la celebración del rukan como espacio de revitalización y unión de la vida en comunidad. Así lo expresa el testimonio del lonko de Mehuín Bajo, Tito Lienlaf:

«La ruka se construía con el grupo del Lof Mapu o Kiñel Mapu, se hacían mingas, y la construcción duraba 15 o veinte días, también dependía de la cantidad de bienes que tenía el dueño, porque había que hacer fiesta, el rukantun. […]. Cuando se termina con la construcción […] se hace un llellipun, una oración [en la que] se pide que los habitantes de la ruka […] tengan abundancia en semillas para el aprovisionamiento del año, papas trigo arvejas y vivir bien» (en Saldivia 2011, 172).

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