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Ruka: representación arquitectónica y simbólica del mundo mapuche

Solapas secundarias

Ruka: entorno y materiales de construcción tradicionales


La ruka tradicional, de forma cónica y base circular, se construía con materiales de origen vegetal, con excepción del piso que era de tierra. La estructura interna se armaba con troncos, mientras que para el revestimiento exterior, se utilizaba paja, fibras de junco, coirón o totora, los cuales servían de aislante térmico y protección frente a las lluvias.

Dos o tres pilares gruesos de roble eran alineados a lo largo de su eje simétrico y reforzados con grandes piedras para dejarlos perfectamente verticales. En el extremo superior, se colgaba un tronco horizontal que funcionaba como caballete o cumbre y, a una altura de uno o dos metros, se encajaba una solera que servía de apoyo. En cada caso, las uniones eran reforzadas con amarres de cuerdas vegetales trenzadas o enroscadas que cubrían las maderas por completo.

Entre las enredaderas que los mapuche obtenían del bosque nativo, se cuentan varias especies de trepadoras flexibles conocidas con el nombre genérico de mau (Aldunate 1996, 123). En una minuciosa descripción, el sacerdote jesuita Claude Joseph detalló el trabajo de trenzar las amarras:

«Parten longitudinalmente los tallos en fibras y raspan la médula. Las dejan secar durante un día o dos y las remojan antes de trenzarlas para devolverles su flexibilidad. Sujetan entre los dedos de los pies un manojo de fibras corticales, lo dividen en dos porciones iguales que tuercen simultáneamente al frotarlas con las palmas de las manos sobre las rodillas en sentido opuesto. Al aproximar las dos porciones torcidas se transforman en soga automáticamente. Incluyen nuevas porciones de corteza fibrosa a la cuerda en formación para hacerla continua. La fabricación de estas amarras trenzadas ocupa varios operarios por algunos días» ([1931]2006, 73-74).

El reñi o coligüe se ocupaba para levantar la estructura de la ruka, pues sus largos tallos deshojados formaban una rígida red que servía de sostén para la paja. Para techar y forrar los costados, se usaban tallos de gramíneas como la linquena, más conocida como ratonera.

Hasta hoy, la elección de las plantas es fundamental para asegurar la durabilidad de la ruka. De acuerdo con el arqueólogo Carlos Aldunate, los techos de coirón, ciperáceas y juncáceas resisten hasta cuatro años, mientras que los de linquena se conservan hasta veinte (1996, 123). Para el profesor Salustio Saldivia, además de los recursos vegetales, el humo que produce el fogón es central para impermeabilizar y extender su vida útil:

«El humo de la ruka da durabilidad, cuando se deja de hacer fuego uno o dos días […] el mismo hollín produce humedad y la ruka empieza a mojarse por dentro, por eso era que el fuego era permanente, nunca se apagaba, día y noche el fuego permanecía […]. El humo se va mezclando con la grasa de los alimentos, con el vapor del agua de las comidas, que van haciendo una capa de hollín que ayuda a impermeabilizar» (Guillermo Tripailaf en Saldivia 2011, 169).

En 1930, Claude Joseph describió los cambios que sufrieron las viviendas mapuche tras la ocupación estatal. Según él, la ruka tradicional de base circular y forma cónica cambió paulatinamente de acuerdo con el tamaño del terreno y el acceso a los bosques nativos. Así, aparecieron diversos tipos de vivienda, como las rectangulares, forradas totalmente con paja; las elípticas, con el techo plano inclinado hasta el suelo; las de base idéntica, con los costados levantados verticalmente, y las de techo de paja, con los lados forrados con tablas aserradas.

Según el jesuita, estas últimas representaban un progreso, pues utilizaban materiales modernos como techado de zinc y fierro galvanizado. Sin embargo, aclaraba que los mapuche preferían las «primitivas […] y acontece que siguen alojando en [ellas] mientras destinan las modernas para guardar sus maquinarias, sus herramientas y sus animales» ([1931]2006, 67).

A comienzos de la conquista, los españoles señalaron que las ruka podían albergar hasta cien habitantes agrupados en torno a un cacique, aunque lo común era que cada familia se mantuviera separada de las otras para resguardar la autonomía territorial (Bengoa 1985, 26).

En la actualidad, testimonios y relatos etnográficos concuerdan en que el tipo de ruka depende del entorno geográfico, la influencia española o chilena, el número de habitantes ―que normalmente varía entre ocho y doce― y el modo de vida del grupo que las habita.

Las características propias de las comunidades mapuche costeras, lacustres o del interior, y el acceso cada vez más restringido a terrenos amplios, espacios cultivables, cursos de agua y especies forestales nativas son factores que determinan el emplazamiento, los materiales y la forma de construcción.

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